El país avanza en integración de energías renovables y tecnologías de respaldo, mientras enfrenta controversias ambientales por megaproyectos en zonas sensibles.

Chile continúa ampliando su matriz eléctrica con un fuerte impulso a las tecnologías de almacenamiento, fundamentales para garantizar una transición energética segura y sostenible. El despliegue de baterías permite aprovechar al máximo la energía solar, extendiendo su disponibilidad incluso durante la noche, y contribuye a estabilizar el sistema en momentos de alta demanda.
“Ya superamos el primer gigavatio de almacenamiento operativo, y antes de 2026 probablemente vamos a duplicar esa cifra. Eso nos posiciona en una situación adelantada respecto a la planificación energética de largo plazo”, dijo a El Mercurio de Calama el ministro de Energía, Diego Pardow.
Condiciones que habilitan
El avance del almacenamiento responde a una baja sostenida en los costos tecnológicos, una regulación moderna —que incluye incentivos como pagos por potencia—, y a la coordinación entre el sector público y privado para agilizar procesos administrativos.
“El almacenamiento es la revolución energética que nos permite tener energía solar en la noche. Es lo que nos faltaba para que la energía renovable pueda tener una penetración alta, sin riesgos para la seguridad del sistema”, explicó el ministro.
Gracias a estas condiciones, hoy existen proyectos de diversas escalas que aportan respaldo al sistema eléctrico y entregan servicios clave como control de frecuencia e inercia sintética.
Proyectos en debate
El país también enfrenta controversias en torno a iniciativas energéticas de gran escala. Un caso emblemático es el proyecto INNA, ubicado en la comuna de Taltal, impulsado por AES Andes. Esta iniciativa de US$10.000 millones busca producir hidrógeno y amoniaco verde para exportación, pero ha generado preocupación en el mundo científico por su cercanía al observatorio astronómico Paranal, uno de los centros de observación más importantes del planeta.
“Como Gobierno, creemos que estos proyectos son estratégicos para el futuro del país. Nos permiten diversificar la matriz productiva, generar nuevas industrias exportadoras y posicionar a Chile como actor relevante en la transición energética global. Al mismo tiempo, entendemos que deben desarrollarse con altos estándares ambientales y en diálogo con todos los sectores involucrados”, afirmó Pardow.
El desafío del largo plazo
Chile necesita incorporar tecnologías de almacenamiento de larga duración para avanzar hacia un sistema 100% limpio. Una de las soluciones clave es el bombeo hidráulico, que permite almacenar energía mediante el traslado de agua entre dos embalses a diferente altura: durante el día, el sistema bombea agua hacia arriba usando excedentes de energía renovable, y en la noche la deja caer para generar electricidad. Este mecanismo entrega respaldo por varias horas o incluso días, sin recurrir a combustibles fósiles.
“Si bien ya hicimos el aprendizaje con el almacenamiento de corta duración, ahora tenemos que pensar en cómo almacenamos energía para varios días. Eso requiere una nueva fase de desarrollo tecnológico y regulatorio”, advirtió el ministro.
Uno de los proyectos más emblemáticos en esta línea era la Central de Bombeo Paposo, desarrollada por Colbún, con una inversión estimada de US$1.400 millones. La iniciativa fue suspendida por decisión de la empresa, debido a la complejidad del proceso de evaluación ambiental y las dificultades para asegurar un marco de certeza suficiente para su desarrollo.
“El caso de Paposo es distinto, porque se trata de una tecnología de almacenamiento de larga duración, y como país es muy importante que consigamos avanzar en este tipo de soluciones”, agregó Pardow.
Hacia un sistema limpio y resiliente
Actualmente, cerca del 60% del consumo eléctrico del país proviene de fuentes renovables. Alcanzar el 100% requerirá resolver desafíos técnicos, regulatorios y sociales, así como diseñar una infraestructura energética que combine generación solar y eólica con soluciones de respaldo confiables.
“El último tercio será el más difícil, porque implica reemplazar tecnologías que aportan inercia y servicios críticos para el sistema. Por eso necesitamos innovación, regulación moderna y una visión compartida de futuro”, concluyó el ministro.